miércoles, 19 de septiembre de 2007

La felicidad tenía que ser más cercana a este cielo negro salpicado en destellos. A este vaivén de cuerpo reposado, entregado al placer de dejarse llevar. Al respirar sereno del alma hermana durmiendo al lado.
La felicidad tenía que ser próxima a este gusto a ruta de campo, a vista nocturna, a música en los oídos - capullo tecnológico que envuelve de ritmo a los sentidos, cuando los músculos no pueden bailar -.
La felicidad tenía que parecerse a esta pacífica revolución en el pecho, trayéndote de a ratos para conmoverme con tu lejana cercanía.
Tenía que ser algo como esto de preferir sonreír a dormir, y que los sueños llegaran cuando quisieran, que siendo lo que son, serán siempre puntuales.

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