lunes, 20 de diciembre de 2004

Resucitando cadáveres escritos al pasar en madrugadas de tristeza plena que lo colma a uno con la impotencia de la carga inhóspita de la vida que se encarga, paradójicamente quizá, de refregar sus insultos más puros, aunque de pureza poco tenga su intención, cuando la respiración ya enclenque atina apenas a suspirar y se mete para adentro, navegando en la sangre hasta encontrar una mano precisa que se anime a ponerlo en papel, si acaso con suerte esto suceda antes que el cerebro, ese diminuto músculo que cada noche late con más animo que el desanimado corazón, explote y riegue la almohada, o el asiento del subte, o el plato de cena tibio, dejado a medio probar por el gusto del disgusto del hambre sin estómago del apetito voraz...

No hay comentarios:

Publicar un comentario