lunes, 28 de febrero de 2011

Lejos de la tierra

Cuando era chica, no mas de un metro de alto, me gustaba hamacarme en el patio de mi casa; de esa casa que teníamos cuando era chica y que me acuerdo de a ratos de los ambientes, pero no la sabría dibujar ordenadamente en un plano. También de chica me gustaba ir a hamacarme a la plaza del barrio, que justamente quedaba en frente de esa casa, y me la acuerdo entera y la puedo dibujar cuando quiera.
La hamaca de mi casa era de madera con cuerdas gruesas. Las de la plaza, de madera pero con cadenas largas, y hacían un ruido que me daba miedo, pero al mismo tiempo me llenaba de ese tipo de emociones entre lindas y adrenalínicas. Me gustaba desafiarme, tratar de sin tocar el suelo hamacarme cada vez mas fuerte y sentir cómo se levantaba mi cola del asiento de una manera casi peligrosa. Un día de esos en que me desafiaba, me elevé demasiado y por un micro segundo o quizá tres, sentí lo que era despegar completamente del suelo. Completamente es ese sin control, porque no hay alas ni timones ni velas que ayuden a un cuerpo acostumbrado solamente a estar con los pies apoyados en el suelo. Ese día fue como cualquier otro para mi en esa época, cuando era de no mas de un metro de altura. Pero de alguna manera, de esas que tienen las cosas en hacernos conocer otras nuevas, creo que ese día me di cuenta que volar era mucho mas peligroso de lo que yo creía... y extremadamente más divertido también, claro.

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