lunes, 21 de febrero de 2011

Pequeña Odisea Ilustrada

Cansado de ganar batallas ancestrales y combatir demonios religiosos, aflojó su armadura y tiró su espada. Pero el camino lo sorprendió a escasos metros con una jungla desprovista de almas amigas, donde participaría de la guerra más despiadada que sus jóvenes manos, ennegrecidas de barro, lágrimas y sangre, pudieran soportar. Con el peso de sus pasos pisándole el propio ánimo, llegó hasta la enorme embarcación que lo nombraría capitán para luego amotinarse en alta mar y arrojarlo por la borda. Pero ningún tiburón se atrevió a acercársele mientras descendía a las profundidades tenebrosas de un océano virgen, que poco a poco, entre criaturas tan espeluznantes como desconocidas, lo fue guiando hacia el mismísimo centro de la tierra.
Subsistiendo a pesar del hambre y las penurias climáticas, en una atmósfera enrarecida de fuego y hielo, divisó una brillante nave espacial y al instante supo que ella lo conduciría hacia su entrañable hogar...
Donde mamá le sirvió la merienda, le dio un beso en la cabeza y despeinó con una caricia su pelo mientras le decía, con tono serio “Basta de juegos en el patio, que ya es hora de hacer la tarea”.

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