martes, 19 de diciembre de 2006

Pecados selectivos

Corría el año 1408. En el pueblo blanco las ceremonias religiosas ya no eran un culto secreto. Ante Dios y en su nombre, los mas pavorosos crímenes se sucedían como los días a las noches.
Ninguno de sus habitantes dudaba, ninguno contradecía la orden, ninguno anteponía sus razones a sus deberes... o eso creían.

El signo amarillo fue el primer indicio del espectáculo infernal. Cada puerta, cada ventana, cada entrada o salida amaneció con una franja viscosa del color de Febo.
De nada sirvieron las asambleas, ni los celosos interrogatorios, ni las guardias nocturnas. Siete días después, la niebla de la madrugada no fue velo suficiente, para las manos inertes de cada niño hallado muerto por sus padres y sirvientes.
El cementerio se llenó de vírgenes tumbas, de desgarrados gritos maternales, de quebradas lágrimas generales, de furiosos rostros impotentes.
De nada sirvieron las pesquisas, ni los allanamientos sorpresa, ni las torturas secretas.
Cinco días más tarde, ningún animal despertó con su cabeza en su cuello. Ningún alimento perduró más que segundos, sin pudrirse en el viento. Ningún camino condujo a sus ocupantes a más de cien metros del pueblo.
De nada sirvieron las oraciones conjuntas, ni los ruegos absolutos, ni los sacrificios con culpa.
Y es que cuando el miedo que acecha se pone en movimiento, la Fe simplemente deja de surtir su efecto.
Pronto el pánico atrajo a la ira, la ira sucumbió ante la demencia, la demencia desencadenó el espanto.

Corría el año 1408. En el pueblo alguna vez llamado blanco, las ceremonias ya no eran religiosas, y su culto era un misterioso secreto.

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